Breve historia de judea
Si bien fueron los romanos los que nos dieron a conocer a Judea como una provincia periférica de su enorme imperio, fue ese best seller llamado la Biblia, quien la popularizó al contarnos desde diferentes visiones, la obra y posterior martirio de Jesús de Nazaret. Pero su presencia histórica en la orilla sudoriental del mar Mediterráneo no es tan “moderna” como parece. Judea y su pueblo, los judíos, ya era vieja en los tiempos del nazareno.
El topónimo deriva de la tribu y lo que luego sería el Reino de Judá, y data de por lo menos la segunda Edad de Hierro. A partir de 3000 A.C. se le conocía como la tierra de Canaán, que es una región que se extendía desde el Jordán al Mediterráneo hasta los territorios de la actual Siria y el Sinaí. El registro más antiguo del nombre se encuentra en una tablilla cuneiforme hallada en Nimrud, una de las capitales del Imperio Asirio y está datada en el año 733 a. C. Allí aparece transcripto como Kur iaúdaaa, lo que significa: País Yaudaya. Durante el imperio babilónico el nombre con que se le conocía era Yehud. Después, bajo el dominio del imperio persa aqueménida, se le denominaría Yehud Medinata y estuvo subordinada al satrapa Eber Nari. Las crónicas de la época registran que, en la región ya se hablaban diversos dialectos semíticos, que derivarían en el hebreo actual.
El rey Salomón construyó el Primer Templo en Jerusalén entre los años 961-922 A.C. Después de su muerte, el reino de Israel se dividió en dos, naciendo lo que se conoce como el Reino de Judea. En 586 A.C. los babilonios se lanzaron sobre Judea y destruyeron el Templo. Tras la barbarie, se declaró una deportación en masa de la población hebrea. Cuando Ciro de Persia conquistó Babilonia, los judíos regresaron del exilio, reconstruyeron Jerusalén y con ella, el Segundo Templo.
Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno, daría inicio a lo que se conoce como Período helenístico en la región. Este se extendió entre 323 a. C. al 30 a. C. cuando reconquistó todo el territorio perdido por Grecia ante el avance persa. Alejandro cambió por completo la estructura política y cultural de la zona y dar inicio a una época de extraordinario intercambio cultural, en la que los griegos y los macedonios, junto con su cultura, se expandieron como nunca antes por el Mediterráneo y el Medio Oriente. Los conocidos geógrafos e historiadores griegos de la época, Estrabón y Ptolomeo describen en sus respectivas crónicas a la Provincia de Judea abarcando un enorme territorio que incluía a la moderna Israel y las regiones que se conocían como Galilea, Samaria, Gaulanítide, Perea e Idumea.
Alejandro, tras conquistar fácilmente Fenicia, incorporó a Judea a su imperio. Allí fue bien recibido por sus habitantes, considerandolo un bienhechor, al librarlos del yugo persa. El macedonio, mantuvo el nombre y la lengua de la región, de ahí que hoy encontremos casi siempre juntos, su nombre griego y hebreo en ruinas y objetos arqueológicos de la época. Pero esto no duraría mucho. Tras un periodo de buen entendimiento, los sucesores de Alejandro se empeñaron en helenizar a los judíos y ese fue un gran error político, que a la larga terminaría perjudicando a todos los bandos en conflicto.
Algo que no quiero dejar a un lado por su posterior importancia, es la permanente oposición entre las poblaciones greco-sirias, denominadas genéricamente “griegos”, y los judíos. Entre la primera estaba extendida la desconfianza hacia los “hebreos”, como se los llamaba, a los que consideraban reacios a la cultura helenística, que ellos denominaban pomposamente universal. Consideraban a los ciudadanos de judea como paganos remisos a la asimilación, exclusivistas y maliciosos. Los judíos, en especial en las clases populares, veían a sus coprovincianos “griegos” como falsos, despóticos y licenciosos. En algunos momentos y en ciertos sectores radicales, sobre todo a partir de mediados del siglo I, la vinculación de la aristocracia judía con sus semejantes “griegos” era entendida como una traición a la identidad religiosa. De esta permanente fricción, que no pocas veces terminó en choques sangrientos, nace el antisemitismo que hoy campea por su respeto en el mundo. Fueron los griegos lo que propagaron en sus tempranas traducciones de los documentos originales de la Biblia, que quien ordenó la muerte de Jesús fueron los judíos y no Poncio Pilatos, el prefecto que en esos tiempos dominaba Jerusalén. Esta extendida y profunda maledicencia de los helenos a los judíos, es en mi opinión, la verdadera raíz del antisemitismo. Dicho esto, sigamos con el resto de la historia.
Los Macabeos, una de las tribus israelitas, comandados por Matatías el asmoneo, se levantaron en armas entre 167 y 160 a. C. contra el Autócrata Antíoco IV Epífanes máxima autoridad del Imperio Seléucida. Lo que también se conoció como Autocracia Seléucida durante su auge y caída extendió la cultura helenística desde Macedonia por el Medio Oriente y hasta lo que hoy se conoce como Pakistán. Sus gobernantes mantenían la preeminencia de las costumbres griegas sobre las locales y una élite macedonia grecoparlante, arrogante y racista, dominaba las áreas urbanas. Matatías, como el resto de los judíos, estaba en contra de la creciente influencia griega dejada por Alejandro a su paso y las implicaciones que esto traía para su religión. Los macabeos aplicando una guerra de desgaste, derrotaron a los ocupantes y fundaron la dinastía real asmonea, proclamando la independencia judía desde el 164 al 63 a. C.
El Imperio romano, implacable y siempre sediento de gloria, llegó arrasando con todo y a su paso conquistó Judea. La verdad es que lo que más les interesaba a sus emperadores no eran los judíos ni era la región en sí, sino la estabilidad política de la misma. Sí, esta región siempre fue volátil. Lo que pasa hoy, ya ocurrió ayer. En su derrumbe, la Autocracia Seléucida era un constante campo de batalla entre los pretendientes a su trono. Estos cambios constantes de autoridad con la inseguridad que traía consigo hacia peligrar las fronteras del nuevo imperio y su boyante comercio. El Sumo Sacerdote de Jerusalén y gobernante de los judíos, Juan Hircano, comenzó desde 110 a. C. la invasión y conquista de los territorios arrasado por las guerras civiles. Los helenistas ni siquiera se preocuparon por semejantes perdidas, tan centrados estaban en matarse entre ellos. Esto trajo el nacimiento del primer estado judío independiente bajo el reinado de Aristóbulo, hijo de Juan en 104 a. C. y adquirió su mayor expansión y gloria durante el reinado de su hermano y sucesor Alejandro Janneo entre 103 a. C. y el 76 a. C.
El reino de Judea bajo Herodes comienza en el 37 a. C., con la captura de Jerusalén. Además de la ya citada Judea, el reino se extiende por un amplio territorio en el Levante. Durante ese período se construye la ciudad y el vibrante puerto de Cesarea Marítima que se convierte, junto a Jerusalén, en una de las capitales del reino. A la muerte de Herodes en el año 4 a. C., el emperador Augusto, temiendo una guerra civil, dividió el reino entre tres de sus hijos: dos de ellos, Filipo II y Antipas, fueron establecidos como tetrarcas de Iturea-Traconítide y Galilea-Perea, respectivamente, mientras que el tercero; Arquelao, recibió el resto del reino, Judea, Samaria e Idumea, como etnarca. Ante las protestas de la aristocracia judía por el mal gobierno de Arquelao, Augusto decidió, en el año 6 d. C, relevarlo del mando y convertir a Judea en una provincia, gobernada por un prefecto de rango ecuestre.
Aun así, Roma, como el Imperio Seléucida tendrá que vérselas con los periódicos levantamientos armados judíos. Si bien los romanos fueron más inteligentes políticamente hablando que los griegos, permitiendo que los habitantes de esta provincia periférica mantuvieran sus cultos, los intentos de imponer la Pax Romana y su religión politeísta, aun por medios sugestivos, chocaron con la reticencia de los lugareños que se aferraban a la torá y sus mandatos.
Entre los años 115-117 estallará la guerra de Kitos o lo que se conoce como la segunda de las guerras judeo-romanas. La primera, de un número total de cinco, inflamaría Mesopotamia. Tanto en la primera como la segunda conflagración, el oponente de los judíos será el general romano Lusio Quieto. Este conseguirá en ambas la victoria y el emperador Trajano lo nombrará prefecto de la región mediterránea.
Pero sería la tercera guerra, conocida como la rebelión de Bar Kojba, la que traería no solo terribles consecuencias para los pobladores de judea sino para toda la región. La rebelión estalló como resultado de las insoportables tensiones religiosas y políticas en Judea que siguieron a la fallida primera guerra judeo-romana entre los años 66 y 73 d.C. El establecimiento de una gran presencia militar invasora en Judea, que trajo violentos cambios en la vida administrativa y la economía, junto con el estallido y supresión de las rebeliones judías en Mesopotamia, Libia y Cirenaica, sirvió de combustible para el violento estallido armado. Rufo, el gobernador de Judea en esos días, propició la sangrienta rebelión con sus despóticas medidas que iban desde la construcción de una nueva ciudad, que llamó Aelia Capitolina, sobre las ruinas del Jerusalén devastado por las legiones a la construcción de un pomposo templo a Júpiter sobre el Monte del Templo, tras la segunda destrucción de este.
En 132, la rebelión liderada por Simón bar Kojba, se esparció rápidamente desde Judea central a lo largo del país, consiguiendo aislar a la guarnición romana en Aelia Capitolina. Quinto Tineyo Rufo fue derrotado y a día de hoy no hay registros históricos que digan que fue de él. Si bien llegaron refuerzos romanos significativos desde Siria, Egipto y Arabia, para frenar el levantamiento, las victorias rebeldes sobre los romanos fueron tan contundentes que los judíos establecieron un estado independiente sobre la mayoría de partes de la provincia por más de dos años. El pueblo llano comenzó a llamar a bar Kojba como el príncipe y el mesías del que hablaba las escrituras sagradas.
Sin embargo, el emperador Adriano no puso la otra mejilla y reunió una fuerza romana a gran escala, trayendo soldados de todos los rincones del imperio. En 134 bajo el comando del general Sexto Julio Severo, 6 legiones completas con fuerzas auxiliares y una retaguardia de hasta 6 legiones adicionales mas, entraron a Judea y aplastaron a sangre y fuego la rebelión. Bar Kojba resultó muerto en combate en el asalto final a la fortaleza de Betar, último reducto de los rebeldes.
La rebelión de Bar Kojba resultó en la extensa despoblación de las comunidades judías, mucho más que durante la primera guerra judeo-romana en el año 70. De acuerdo con Dion Casio, 580.000 judíos murieron en la guerra, 50 pueblos fortificados y 985 aldeas fueron arrasadas hasta sus cimientos y muchos más sucumbieron de hambre y enfermedades. Además, miles de prisioneros de guerra fueron vendidos como esclavos por todo el territorio del Imperio. Las comunidades judías fueron devastadas a un grado tal que algunos académicos lo describen como un verdadero genocidio. Miles huyeron de la guerra y se esparcieron por las cercanías y otros se aventuraron a sobrepasar las profundas fronteras de Europa.
Como consecuencia de la guerra, Adriano consolidó su poder en la región creando la nueva provincia de Palestina. La nueva designación territorial aludía despectivamente a los filisteos, que antiguamente ocuparon la planicie costera. En las últimas décadas ha visto la luz información nueva sobre la rebelión, gracias principalmente al descubrimiento de varias colecciones de manuscritos, algunas escritas posiblemente por el mismo Bar Kojba, en una de las cuevas situadas en las proximidades de Wadi Murabba, conocidos como manuscritos de Murrabba'at, y Nahal Hever. Estos manuscritos están guardados y pueden ser vistos en el Museo de Israel.
Palestina será conquistada por los árabes en el 638. Omar, el segundo califa del islam, hace construir la Cúpula de la roca y la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén, cerca de las ruinas del Segundo Templo. A partir de 1517 Palestina es englobada en el Imperio Otomano y permanece en él hasta su desmantelamiento, durante la primera guerra mundial. Lo demás es historia conocida.
Creo que, conociendo la historia, nadie dudará de quien es verdaderamente la tierra judía, hoy conocida por Israel. Pero claro, no hay peor ciego que el que no quiere ver.