Yo, Carlos Lehder
“El fenómeno de la debilidad humana por intoxicarse el cerebro data de milenios atrás…”. Carlos Lehder
Hace unas semanas, Carlos Lehder, alias “Rambo” en el mundo del narcotrafico, reapareció para sorpresa de muchos. Su voz de patriarca septuagenario resonó en la emisora colombiana W Radio para responder en una entrevista con el periodista Julio Sánchez Cristo algunas incógnitas sobre su vida pasada en Colombia y ahora presente en Frankfurt am Main, Alemania, a donde fue deportado desde Estados Unidos por ser de ascendencia teutona.
También conocido como “El alemán”, Lehder fue uno de los cabecillas del legendario Cártel de Medellín y hombre muy cercano a Pablo Escobar, algo que después lamentaría. Y es lógico si se tiene en consideración que pasó 33 años de una vida encerrado en una cárcel de alta seguridad en Marion, Illinois, gracias a Pablo. Antes de convertirse en una leyenda del bajo mundo, vivió en New York con su madre y allí bebió de la contracultura Hippie y de las ansias de libertad y ruptura con los cánones establecidos que esta promovía. En los años 80, ya viviendo en su patria natal, utilizó su innegable talento para los negocios y fundó un periódico con marcado tono populista llamado el “Quindío Libre”. A su vez, administró un pequeño hotel de estilo europeo con techos a dos aguas, llamado “La Posada Alemana”, que compró su padre al llegar a Colombia y que fue la base de la fortuna familiar, donde tenía entre sus particularidades, la presencia de dos leones enjaulados y una estatua de John Lennon a tamaño natural y desnudo.
Lehder demostró tener desde muy joven muy poco amor por la escuela y el trabajo, pero no por la lectura. Sus libros de cabecera fueron las obras de Nicolás Maquiavelo y Hermann Hesse. Mientras alimentaba su alma con tan elevados autores, incursionaba con entusiasmo en la delincuencia común. Se cree que fueron estas lecciones y su admiración por Adolf Hitler las que lo llevaron a elaborar y plasmar las tesis del partido político Movimiento Latino Nacional, antes nombrado, Movimiento Latino Socialista, que fundó en Armenia, Colombia. Esta entelequia politiquera defendía el triunfo del socialismo en Latinoamérica y estaba en contra de la extradición forzosa de ciudadanos latinoamericanos, léase peligrosos delincuentes, a las terribles cárceles estadounidenses. Lehder y su partido enarbolaban como símbolos la imagen y el ideario de Simón Bolívar, Che Guevara y de Jorge Eliécer Gaitán. Intoxicado con el Mein Kampf escribió un manual de base llamado “Libro Verde”, que exhibió y repartió en las manifestaciones electorales durante su corta carrera política. Sus dos eslóganes de batalla eran: “La marihuana es para la gente” y “La cocaína es para ordeñar a los ricos”.
Pero eso fue después. Antes que Lehder dejara la capital del mundo y regresara a Colombia, a los 18 años se dedicó al contrabando de autos robados en Estados Unidos que se vendía como legales en un concesionario dirigido por uno de sus hermanos en Medellín. También tomó clases de aviación convirtiéndose en connotado piloto. Su amor por el aire y por la transgresión lo llevó a concebir varias rutas aéreas para transportar y vender marihuana entre los Estados Unidos y Canadá.
Capturado al timón de un auto ajeno, fue a parar a la Cárcel Federal de Danbury, Connecticut y allí conoció a un personaje que sería vital en su vida. Este señor fue el norteamericano George Jung, el narcotraficante que inspiró la película Blow, y uno de los primeros con los que tuvo negocios. Cuando Lehder salió de la cárcel, se asoció con Jung y Roman Varone, que ya habían experimentado con llevar marihuana a Estados Unidos desde México en avionetas por debajo del nivel de alcance de los radares. Inspirado en esa idea, el joven Carlos decidió aplicar este método de transportación para mover cocaína al mismo lugar donde vendía sus cargamentos de hierba. Este trío comenzó con una avioneta de segunda mano y con modestos contactos con proveedores colombianos para lanzar su emprendimiento transfronterizo. Con un mercado en crecimiento constante y unos precios ridículamente altos por el gramo de coca se dispararon las ganancias de la sociedad de Lehder y Jung. Con muchísimo efectivo en las manos se dedicaron a comprar a las autoridades de Bahamas para obtener protección oficial y judicial. Y aunque muchos creen que el Cártel de Medellín es una creación de Pablo Escobar, la verdad es que la semilla de esta organización criminal está en la triada formada por Lehder, Jung y Varone, que se dedicaron con Pablo al tráfico y venta del estupefaciente en Estados Unidos. La leyenda cuenta que cuando tuvo su primer millón, Carlos compró un avión que reparó y vendió a un Pablo que empezaba a ganarse un nombre en Medellín. Como amaba volar y por ende los aeroplanos, siguió comprándolos, reparándolos y poniéndolos al servicio de su nuevo socio. Esta flotilla fue fundamental para el crecimiento del Cártel y sus asociados.
La sociedad de los exconvictos no duró mucho. La megalomanía de Lehder, la falta de ambición de Jung y el deseo del primero de comprarse una isla para crear su cuartel general en Bahamas los llevaron a separarse y cada uno tomar sus propios caminos. La verdad es que el colombiano no andaba errado. Este se dio cuenta rápidamente de que el camino para llevar cocaína a los Estados Unidos pasaba por la… diplomacia de la droga y eso lo llevó a poner sus ojos en el recién independizado archipiélago de Bahamas. El territorio que le gustó fue Cayo Norman, que en ese momento constaba de un puerto, un pequeño club de yates, 100 casas privadas y una buena pista de aterrizaje. En 1978, Lehder empezó a adquirir propiedades, hostigando e intimidando a los residentes para que las abandonaran. En esos días, el ministro de Turismo y Agricultura era George Smith y el primer ministro de las Bahamas Lynden Pindling y ambos no mostraron el menor asco a la hora de recibir jugosos sobornos del Cártel. Paralelamente, un personaje que entraría a cubrir el espacio vacío que dejó Jung fue Robert Vesco, financista tránsfuga con un voluminoso historial delictivo muy amigo de Fidel Castro, que terminó viviendo en Cuba protegido por este.
Cayo Norman terminó bautizado en el mundo de las drogas como Cayo Perico y se convirtió en una especie de Isla Tortuga del siglo XX. Lehder comenzó a cobrar una comisión de 10 000 dólares por kilo de mercancía a cualquier traficante que usase los servicios ofrecidos en Bahamas. Entre 1978 y 1982, el cayo fue centro de conexiones del narcotráfico internacional y sitio de reunión, orgías y descanso de Lehder y sus asociados. El colombiano, previendo que la pista de aterrizaje existente se quedara corta ante el constante flujo de aviones de diverso tamaño que usaban los traficantes, construyó una nueva de 1,1 km de largo resguardada por un moderno sistema de radar, esbirros armados y perros dóberman. Para entender esto hay que saber que, en un día de máximo movimiento, entraban en el cayo hasta 3000 kilogramos de cocaína por hora. Solo saquen la cuenta. Por cerca de ocho años, el capo fue el dueño y señor del tráfico en el Caribe, tenía trato directo con la policía del archipiélago, que le informaban de los movimientos de la DEA y hasta le anunciaban cuándo y dónde se realizarían las operaciones, lo que lo salvó en más de una ocasión.
Solo que, en 1981, se le acabó la suerte al colombiano. La declaratoria de guerra del presidente estadounidense Ronald Reagan contra las drogas le pegó un mazazo descomunal. Sus aliados, el primer ministro Pindling, el ministro Smith y la policía le dieron la espalda… justo después de avisarle que su cabeza tenía precio. Lehder se salvó de ser capturado y se despidió del lugar bombardeando con panfletos con la frase “DEA go home” y montones de billetes de 100 dólares el parque Clifford de Nasáu, la capital bahamesa.
Rambo necesitaba un nuevo trampolín. El dinero lo había enganchado, esa era su droga y no podía dejarla. A su regreso a Colombia, se instaló en Armenia, su ciudad natal, centro cafetalero de Colombia y, según sus propias palabras, no cultivó un perfil bajo. Se paseaba con autos deportivos de lujo inimaginables inclusive para una ciudad donde corría bastante el dinero gracias a estar ubicada en lo que se conoce como el triángulo de oro colombiano. Fue la época en que fundó el periódico, siguiendo los pasos de su abuelo Wilhelm que fue periodista y editor del Die Welt, una publicación fundada por las fuerzas británicas de ocupación en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, inspirado en The Times de Londres. Y también del Movimiento Latino Socialista, que en 1984 fue votado por más de 10 000 adeptos, consiguiendo varios escaños en asambleas municipales y en el departamento del Quindío.
Para explicar las raíces e intenciones de su movimiento político declaró en una ocasión: “Yo he venido a enseñar el nacionalismo puro, progresista y popular. Sé que no soy el más llamado a hacer estos planteamientos, pero Dios ha puesto en mis manos recursos económicos y la ideología, la vitalidad y la salud para ser uno más en el Movimiento Latino Nacional. Si esta oligarquía monárquica –agregó– le teme a Adolfo (Hitler), pues entonces tocará disfrazarse de Adolfo (Hitler), pero nosotros no nos vamos a dejar vender más al imperialismo y de aquí no va a salir ningún colombiano más”.
Paralelamente, Carlos Lehder y Pablo, ambos convertidos en políticos populistas, se reencontraron y restablecieron sus vínculos comerciales. Fue un momento muy importante para ambos porque, según él mismo cuenta “la dictadura castrista, por intermedio de la agencia de inteligencia y operaciones especiales de La Habana, se había valido de una doctora cubanoamericana, pariente de una antigua compañera mía, para enviarme una invitación formal a visitar la isla, con todos los gastos pagos por el Gobierno”. Aquí estaba la ocasión que estaba buscando desde hacía tiempo. Este era el trampolín que sustituiría a su paraíso perdido de Bahamas por lo que no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta.
El coronel Antonio “Tony” de la Guardia sería su contacto en Cuba y fue quien lo recibió en el aeropuerto, junto a un grupo de oficiales vestidos de civil. La acogida fue cordial. Eso le gustó a Rambo y cuando se sentaron en la sala de espera VIP a esperar por el equipaje, el oficial de tropas especiales le dijo:
–Nos alegra que usted esté aquí. De verdad, porque ahora, más que nunca, necesitamos ayuda de todos los amigos de Cuba. Ya sabe, el bloqueo…
Lehder apretando la mano que le tendían, contestó:
–Sí, seguro que usted ya está al corriente que fui invitado por su gobierno.
Tony, solícito:
–¡Claro, claro! Por eso estamos aquí. Le prepararemos un recorrido por nuestras instalaciones, centros de procesamiento, almacenes en fin, la logística con la que contamos, para que las conozca.
Lehder, cruzando las piernas mientras se acomoda en una butaca:
–También un islote, un cayo o un aeropuerto, supongo.
El coronel, antes de responder, alza una mano y llega uno de sus asistentes con una bandeja con varios vasos cuadrados de cristal y una botella de ron añejo. Cuando lo coloca en la mesa y se aleja, Tony sugiere:
–¿Un roncito?
–Sí, ¡cómo no!
Los hombres brindan, beben un sorbo y tras paladear la bebida, el coronel pregunta:
–¿Piensa mover la mercancía por avión?
–Claro, es como mejor se me da.
–Sus aeronaves tienen refrigeración… Lo digo por las langostas.
Lehder, alzando una ceja:
–¿Langostas?
–Sí, bueno, por lo menos ese es el método que usan los japoneses. El tabaco necesita cierto cuidado en su transportación, pero es más sencillo que mover algo tan delicado como los crustáceos. Ellos, los tipos de Tokio, se las llevan vivas.
Rambo se quedó unos segundos en silencio mirando a los ojos del coronel, que le sostuvo la mirada sin pestañear. Tras un suspiro, le dijo:
–A mí me parece, no sé a usted, que estamos hablando de temas diferentes. A lo mejor, ¿debía usted recoger a otra persona? ¿Esperaban hoy a alguien a la misma hora?
–No, todo está bien, ¿por qué?
–Se lo digo porque yo estoy aquí por otra cosa.
–Otra cosa… ¿Qué cosa?
–Vine para abrir nuevas rutas para la cocaína colombiana, nuestro renglón exportable más significativo después del café, claro. Langostas, camarones y todo eso sobra en nuestra costa caribe. Y no es por ofender, pero allá las tenemos muy buenas.
Tony estuvo a punto de ahogarse con el trago de ron. Con los ojos aún aguados, le contestó:
–Al parecer no fui debidamente informado. Tenía entendido que usted venía para ese tipo de asuntos, como la pesca, los rones, pieles de cocodrilos, que es lo habitual. Así son los negocios que hacemos con los amigos de Cuba que intentan romper el bloqueo, algo que no podemos hacer abiertamente.
–Bueno, la verdad es que a eso vengo. A sacar delante negocios que no se hacen todos los días. Mire, puede usted considerarme un gran amigo de Cuba. Yo admiro a Fidel, a Raúl y llevo al Che en mi corazón. Además, sabe que lidero un partido político…
–Sí, eso sí me lo dijeron.
–Entonces…
–Bueno, ya que estamos hablando en confianza, le diré que necesitamos todos los dólares que podamos conseguir. Por ahora, solamente le puedo confirmar eso.
Lehder, sonriendo por primera vez:
–Con eso me basta, créame.
Los dos hombres se dieron la mano.
Sigue la próxima semana.